El Fugitivo (Capítulo 3)

CAPÍTULO 3
Hubo una pelea, es cierto, pero no como la imaginé que sería.

Mi amigo fue el que la inició, mi amigo fue el que terminó dentro de ella, y por desgracia, fue él el que salió con la peor parte. O eso fue lo que vi en la televisión y en los periódicos. Yo ya estaba afuera.

El plan que habíamos trazado me llevó a un lado de la cárcel y tuve que correr por un gran tramo de cerro y de calles llenas de lodo. Traté de cubrir mis huellas, pero era casi imposible. Lo único que funcionó fue parar un taxi y pedirle que me llevara lo más lejos de ahí. Lógicamente, había tomado unos cuantos pesos de un escondite que había hecho «adentro».


Dejé que me llevara lo más lejos posible y que hiciera el viaje con la radio apagada, por si se daban cuenta de mi desaparición más rápido de lo planeado. Pero no hubo problema.
     -¿Aún sin rumbo fijo? –Preguntó el taxista mientras entraba en una zona más poblada. No sabía dónde estábamos porque hacía 15 años que no veía la ciudad.
     -Exacto. Tú sólo conduce. –Dije mientras pensaba en el trayecto que había realizado hace unas horas: cárcel, calles, taxi, y ahora una zona desconocida. Quizá era buena idea quedarme por ahí para rehacer mi vida, pero no, aún necesitaba ir más lejos.

Pensé en mi vida, o en lo que era mi vida, antes de entrar a la cárcel. Una familia conformada por madre, padre y dos hermanas, ellas menores que yo. Mi madre era maestra de Historia en la Universidad. Mi padre era mecánico y como todos ellos, tenía una personalidad muy fuerte. Él fue el único que me dio un gran discurso sobre lo que había hecho y mi culpabilidad en la muerte de aquella chica. Mis hermanas se pusieron más tristes que nada. Las protegía de todo lo malo y cuando fui encarcelado las dejé desprotegidas. Ellas me lo hicieron saber.

También pensé en Clara.

Y así como los pensamientos llegaron de una manera nostálgica, se convirtieron en un golpe furioso en mi mente. Recordé lo que mis padres habían dicho sin convicción, pero tratando de que fuera una realidad: «Cuando salgas no vuelvas con nosotros, no te presentes, no vengas a vernos porque hemos dejado de tener un hijo». Las lágrimas de mis hermanas habían sentenciado lo dicho. Ya no tenía un lugar con ellos.

Y volví a pensar en Clara.

Era una opción un poco alentadora, pero no porque ella me estuviera esperando sino porque no se atrevió a decirlo lo mismo que mis padres. Ella no era tan fuerte y simplemente se fue. Me dejó una carta diciendo cuánto me amaba y cuánto quería que todo fuera una pesadilla, pero entre todas las palabras escritas jamás hubo una despedida o un rompimiento oficial. Técnicamente seguíamos siendo pareja, pero ambos sabíamos que no era así.

Y sí, pensé en ella, pero su imagen ya era borrosa. Tanto que me fue fácil decirle un destino al taxista.

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