Despertar II

Ella me habló al oído.
  -¿Qué quieres hacerme esta mañana?
Yo aún no despertaba bien, pero con aquellas palabras la miré despabilado y le contesté con una sonrisa. Ella sabía que significaba esa sonrisa. Era un chiste privado. Era el comienzo de un juego que aprendimos hace varios años. Yo reía y ella comenzaba a besarme. Yo la besaba y después ella a mí.
   -Creo que todavía tienes algo que está de más.
   -¿Qué? –Le pregunté sin entender a qué se refería.
   -A tu ropa.
Y así fue como cada uno se quitó el sobrante. Las sábanas nos cubrían al inicio del idílico romance, pero al finalizar terminaron en el suelo, al igual que nosotros. Al igual que nuestra fuerza.
Sin embargo, no fue tan simple como trascurrió todo.
Ella me besó y yo a ella. Ella me quitó la ropa y yo a ella. Ella me acariciaba y yo a ella. Con mis dedos recorría su piel. Su espalda. Su cuello. Su cabello. La sujetaba fuerte y la atraía hacía mí como un imán. La besaba por todo su cuerpo. En su profundidad me perdía. Ella sentía lo que era flotar en el cielo en el suelo. Quizá los gritos no eran de miedo por una altura ficticia sino por el goce que sentía.
Y así continuamos. Ella me besaba y yo la tomaba de las manos. Se las sujetaba por la espalda. Le daba una vuelta y terminaba dándome enfrente de mí. Ella gritaba. Pedía más de lo que tenía, y yo se lo daba. Siempre le he di lo que me pedía. Y a veces le daba más.
Yo hundía mis pensamientos en ella. Salían de aquella oscuridad para volver a ella. De alguna manera me gustaba la soledad. Una soledad húmeda. Una soledad oscura y caliente. Una soledad que existía y luego no, luego sí y luego no, luego y… Y volvía a sentirla. Volvía a ser mía.
Volvía a despertar.

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