El Fugitivo


CAPÍTULO 1

No era sincero conmigo mismo, pero lo intentaba. Siempre decía que lo peor que uno podría sentir era decepción y arrepentimiento de las cosas que uno había hecho. Yo no me arrepiento de nada. Bueno, sólo hay una, por eso estaba en la cárcel. Pero seguía mencionando que era inocente, no tanto por la acción en sí (porque claramente había matado a aquella mujer) sino por la intención. Si cuando regalan algún presente dicen que «la intención es la que cuenta», ¿por qué no aplicar la misma frase a los homicidios involuntarios? ¿Por qué no decir, «la maté, pero no quería hacerlo, la no intención es lo que cuenta»?
Quizá algunos se comiencen a reír de mi discurso, pero yo no lo hago, sépanlo. Estuve en la cárcel por un jurado que creyó que debía pasar mis últimos años arrepintiéndome de lo que hice. Yo no creo que ese sea el propósito de las cárceles, y bien lo saben ustedes. Más bien es el de mantener alejados de las personas potencialmente malvadas de las inocentes. Aunque, ¿quién es inocente en estos días? Las cárceles estarían a reventar si todos los que han hecho algún mal a otro fueran apresados. Pero no, sólo hay un número específico de lugares y para evitar la sobrepoblación hay dos vías: o te liberan por buen comportamiento, aunque hayas participado en peleas o hayas iniciado el mercado negro, o te matan. La segunda es más probable.

Eso es lo que me iba a pasar a mí. La segunda opción. ¿Y cómo lo supe? Fácil: por los «oídos», así les llamamos a los reclusos que, por una u otra forma, siempre se enteran de los planes de los policías y de los altos mandos. Un día, un «oído» se acercó a mí y me susurró «tú sigues». Me asusté, pero no lo suficiente para que los demás se dieran cuenta y adelantaran ese día tan esperado. Al contrario, me tranquilicé y comencé a planear la manera en que saldría de ahí. Tenía sólo una semana para actuar.




No hay comentarios.

Publicar un comentario