Cómo Seguir Viviendo

El mes de Octubre fue grandioso para nuestro equipo en Meta-Crónica ya que creamos el piloto de que será nuestro suplemento mensual en forma de revista electrónica con varios apartados nuevos y algunos rescatados de este blog. La mayoría fue contenido exclusivo que aún pueden leer (y lo pueden encontrar hasta abajo de esta página), algunos de ellos reeditándolos para publicarlos aquí.

De ahí salió la siguente historia, que rescata lo sucedido por los terremotos del mes de Septiembre. Se llama «Cómo Segur Viviendo» y espero les guste.
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-¿Cómo seguir viviendo? –Me preguntó la señora del 4-A, en la colonia Roma de la CDMX. Ella, como cientos de personas, fue afectada por los sismos del 7 y 19 de septiembre. Su vivienda se vino abajo y sólo pudo rescatar lo que llevaba en su mochila-. Es cierto que tenemos salud, que ninguno de los vecinos murió y que podemos continuar en un nuevo lugar, pero ¿cómo seguir viviendo después de todo lo que sucedió? La alerta de nuestros sentidos está al cien y cualquier movimiento fuera de lugar –y hasta los conocidos- nos hacen palpitar nuestro corazón como una locomotora. ¿Cómo? –Volvió a preguntar, pero en mi afán de responder siempre con una buena frase, me perdí y no contesté nada. Ella continuó-. ¿Cómo seguir si todo lo que hemos visto, sentido, querido y amado en toda nuestra vida se ha derrumbado, literalmente, en un segundo? ¿Qué palabras debemos escuchar para calmar nuestros corazones? ¿Qué palabras queremos escuchar? Es fácil hablar, pero es tan difícil entender. ¿Y los demás creen que con una sesión de terapia o con unas frases de aliento nos servirán para olvidar todo lo que sucedió? ¿A ustedes les es fácil olvidar un amor de varios años con sólo un «Olvídalo» o con un «Él se lo pierde»? Yo creo que no.
La señora, cuyo nombre supe después era Esperanza, había llegado con su familia a ese domicilio desde que tenía 2 años. Su familia venía de Querétaro y, como varias familias, llegaban para tratar de “vivir mejor”.
En la familia estaban sus padres, ella y un hermano menor. Cada uno llegó y se adaptó lo mejor que pudo. No fue fácil, aunque tampoco fue difícil gracias a la ayuda de algunos vecinos y a varios amigos que conocían a la familia de años atrás. Esperanza y Adolfo (quien acababa de nacer) lograron crecer con una buena educación y una familia aún mejor. Eso dio como resultado que, a los 20 y 18 años cumplidos de cada uno, consiguieran su primer trabajo como ayudantes en una tienda de abarrotes. Ella se encargaba de acomodar la mercancía y de, algunas veces, cobrar; él de cargar las cajas cuando llegaban a surtirla y de hacer algunos mandados.
En varias ocasiones, la familia de Esperanza tuvo dificultades económicas, pero lograron salir adelante. Desde entonces, Esperanza se fue despidiendo de su familia. Su padre falleció días después de cumplir 36 años. Ella se dio cuenta que su madre no resistió la pérdida y cada día se veía más triste, hasta que falleció 4 meses después. Su hermano, Adolfo, murió tras un asalto cuando regresaba de su trabajo, un año después. En poco menos de dos años, su familia se había reducido hasta quedar sola. Pero eso no la detuvo.
La casa en la que vivía tuvo unas cuantas mejoras. Al ganar el dinero sólo para ella modificó algunas habitaciones y las adecuó para convertirlas en pequeños estudios para escribir y para pintar. Trabajaba mucho en ellos ya que no tenía la distracción de ninguna pareja, a pesar de que era pretendida por varios hombres, entre ellos su vecino Jaime.
     -Por favor, dime sólo una cosa –continuó contándome su sentir-, cuándo a ti te dicen algo así, algo como «No te preocupes» o «Ya pasará», ¿de verdad olvidas todo lo que te ha pasado y todo lo que has vivido? Si me respondes que sí, por favor dime cómo lo haces, porque yo no podría ni en mil años. La vida no se olvida. ¿Sabes? En estos momentos en cuando me gustaría tener alzhéimer, pero no lo tengo y ya no sé si es una bendición o una maldición.
Se levantó de la silla que se localizaba en frente de mí, divididos por una mesa, y me miró como si fuera un extraño, como si no supiera quien era y como había llegado ahí. Parpadeó y volvió la comprensión en sus ojos.
     -Por favor, no nos digas palabras de aliento o de ánimo, si frases positivas o cualquier cosa que te hayan enseñado en la escuela o en uno de esos cursos por los que pagan miles de pesos y no te sirven más que para pasar un buen rato. No me digas cómo me llegaré a sentir porque ya lo sé. No me digas qué hacer para quitarme este velo de miedo, de tristeza y de melancolía porque siempre lo llevaré. No me digas como seguir viviendo porque desde el momento en que todo cayó ya estoy muerta.

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