100.- LOVE OF LESBIAN en Concierto de OCESA #Irrepetible
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El *Viernes 6 de Noviembre*, la banda española, *Love Of Lesbian*,
encandiló a todos los mexicanos que compraron un acceso para verlos en
directo gracias...
Visión
“No hay peor ciego que el que no quiere ver”, así reza un dicho que, desde el punto de vista de la sociedad, está muy bien enunciado. No sólo hay gente a la que le queda a la perfección, también los hay quienes quisieran estar en esa situación.
§
Se calzó los zapatos. Éstos eran de piso y no tenían agujetas. Los mandaba fabricar a una empresa en especial que hacía zapatos para ciegos. Ellos se los mandaban por correo y el pago era igual.
Caminó a la cocina y se preparó, con delicadez, y lento como siempre, cereal con leche y huevos revueltos. Sólo vestía unos calcetines y un short. Se percató de su poca indumentaria y volvió a su recámara para vestirse completamente. Sería un día complicado pues la cita con el cirujano, para operarse las retinas, había llegado. Después de haber esperado meses, por fin la operación era ese día. Y no la debía perder.
Salió de su casa a las 12 pm. La cita era a las 3 de la tarde y el lugar estaba a una hora de distancia pero no era fácil llegar en su condición. Aún con ayuda de extraños el camino era difícil. Debía subir y bajar escalones, atravesar avenidas, esperar a que el semáforo se pusiera en rojo, y la mayoría de esas cosas no las veía. Era una vida complicada. Pero con la operación todo será más fácil, pensaba mientras caminaba.
El doctor Aplin se encontraba sentado, evaluando las condiciones (perfectas) del paciente que llegaría de un momento a otro para una operación ocular. Al parecer entendía a la gente que quería hacer eso, operarse para arreglar algún defecto que tenían, pero ¿porqué, en nombre de dios, tenía que hacerlo él? No quería comportarse como un dios que arreglaba a las personas. Estaba completamente confuso. Sabía que había elegido la carrera de medicina para ayudar a la gente pero ahora se sentía sobrecalificado para ello. Creía que estaba haciendo su trabajo bien, endemoniadamente bien, por dios.
Sin dejar de ver sus hojas, su secretaria tocó y entró.
-¿Doctor? El señor Núñez ha llegado para su operación.
-Está bien. Hágalo pasar.
Dejó el expediente sobre su escritorio y se levantó para recibir al señor Núñez. Era alto y con un buen porte. Fumaba a menudo y eso hacía que su voz sonara ronca.
Cuando entró el señor Núñez lo saludó tan fuerte que se sorprendió.
-Disculpe, no quería asustarlo. Por dios que no.
-No tenga cuidado. Desde que agendé la cita yo me siento nervioso y cualquier sonido que me recuerde a un doctor o a un hospital me hace saltar de miedo.
-Bueno, no tiene porqué. Aquí hacemos maravillas. –Una vez más con tu sentido del humor mesiánico, pensó-. Por dios, no se preocupe, mejor siéntese. Cuénteme, ¿cómo le ha ido éstos días?
-Pues, qué le digo. Me he sentido nervioso. Cada vez que despertaba creía que era el día pero luego lo pensaba mejor y no. Ya sabe, la ansiedad. Es algo que a los viejos les da cada día más. Y aún más, me supongo, que a los que tenemos alguna discapacidad.
-Tal vez, pero seguramente han habido cosas buenas durante estos días, ¿no es cierto?
-Claro. Mi hija vino a visitarme y le conté sobre la decisión que tomé de operarme. Ella me dijo que estaba feliz de ello y fuimos a comer. También me visitó mi otro hijo y ocurrió casi lo mismo. Creo que ha sido una decisión estupenda.
-Está en lo correcto, y una vez más le puedo decir que aquí en Visión A.C. está en buenas manos. Le puedo garantizar que usted saldrá con una vista inimaginable. Varias personas han dado su testimonio.
-¿Doctor? El señor Núñez ha llegado para su operación.
-Está bien. Hágalo pasar.
Dejó el expediente sobre su escritorio y se levantó para recibir al señor Núñez. Era alto y con un buen porte. Fumaba a menudo y eso hacía que su voz sonara ronca.
Cuando entró el señor Núñez lo saludó tan fuerte que se sorprendió.
-Disculpe, no quería asustarlo. Por dios que no.
-No tenga cuidado. Desde que agendé la cita yo me siento nervioso y cualquier sonido que me recuerde a un doctor o a un hospital me hace saltar de miedo.
-Bueno, no tiene porqué. Aquí hacemos maravillas. –Una vez más con tu sentido del humor mesiánico, pensó-. Por dios, no se preocupe, mejor siéntese. Cuénteme, ¿cómo le ha ido éstos días?
-Pues, qué le digo. Me he sentido nervioso. Cada vez que despertaba creía que era el día pero luego lo pensaba mejor y no. Ya sabe, la ansiedad. Es algo que a los viejos les da cada día más. Y aún más, me supongo, que a los que tenemos alguna discapacidad.
-Tal vez, pero seguramente han habido cosas buenas durante estos días, ¿no es cierto?
-Claro. Mi hija vino a visitarme y le conté sobre la decisión que tomé de operarme. Ella me dijo que estaba feliz de ello y fuimos a comer. También me visitó mi otro hijo y ocurrió casi lo mismo. Creo que ha sido una decisión estupenda.
-Está en lo correcto, y una vez más le puedo decir que aquí en Visión A.C. está en buenas manos. Le puedo garantizar que usted saldrá con una vista inimaginable. Varias personas han dado su testimonio.
Los dos rieron pero lo que no vio el señor Núñez fue que el doctor lo hizo de manera ansiosa. No sólo el paciente estaba nervioso, también el doctor.
-¿Está listo señor Núñez? Ya es hora.
-Llámeme Pablo. Todo aquel que me haga ver lo que antes no haya visto puede llamarme por mi nombre; y usted lo hará.
-Por supuesto… Pablo. Déjenos todo en nuestras manos. Vamos. Ya es hora.
-¿Está listo señor Núñez? Ya es hora.
-Llámeme Pablo. Todo aquel que me haga ver lo que antes no haya visto puede llamarme por mi nombre; y usted lo hará.
-Por supuesto… Pablo. Déjenos todo en nuestras manos. Vamos. Ya es hora.
El doctor Aplin tomó del brazó al señor Núñez y caminaron hacia el quirofano. Mientras caminaban cada uno recordó partes de su pasado.
•••
Pablo Núñez
Recuerdo cuando era niño. Todos me gritaban y se movían para que no los pudiera encontrar. Decían: “Ven”, “aquí”, “vamos ciego, ¿no puedes encontrarnos? o ¿qué?, ¿no ves?”. Siempre era lo mismo. O me insultaban con aquellas palabras o me empujaban o me ponían el pie para caerme, y decían: “¿No lo viste cieguito?”.
Así fue en la primaria y en la secundaria, aunque en esta última fue menor, pero más hiriente.
Cuando entre a la preparatoria siguieron las burlas, pero también hubo personas que me trataban muy bien. A pesar de esto prefería las burlas sinceras a la compasión, porque eso era, compasión por el ciego de la escuela. Sólo hubo una persona que me cuidaba de verdad, porque sentía algo por mí. Ella era Jessica. Jess para los amigos.
Jess me encontraba en la puerta de la entrada tratando de subir las escaleras y me ayudaba (después de saber que esa conducta se repetía, me quedaba a propósito en la puerta, esperándola). Caminábamos hasta el salón de la mano. Me ayudaba a sentarme y platicábamos todo el día. A veces estaba sólo con ella, a veces estábamos con sus amigas. Por supuesto, prefería la primera. Yo siempre le decía que era una excelente persona, que era la mejor y que, a pesar de no verla, era hermosa. Ella contestaba que no. Yo le decía que sí. Ella contestaba que no. Tal vez esa fue una de las razones por las que decidí optar por la visión. Por la operación. Para tener como base la imagen visual y confirmar la belleza de Jess.
Doctor Aplin
¿Por qué tengo que salvar a toda esa gente? ¿Por qué no la puedo dejar morir? ¿Por qué tuve que estudiar medicina? Ah, ya sé, creí que salvar esas vidas moribundas sería un modo de expiar mis culpas, mis pecados, y así poder llegar al paraíso con el señor. Pero no sé si aún falten acciones o no, es por eso que sigo ayudando a la gente, aun cuando odio salvarlas. Pero, ¿qué puedo hacer? Si las dejo morir todos me voltearán a ver y dirán: “¿cómo pudiste fallar si eres el mejor del hospital?”.
Sandeces. Mejor sigo con ello y esperaré el momento adecuado.
•••
Entraron al quirófano y el doctor le dijo al paciente que se recostara sobre la camilla que estaba en frente. El paciente lo hizo. Uno de los enfermeros se acercó y le colocó una mascarilla de oxígeno sobre su rostro.
-Cuente del 1 al 100.
El paciente lo hizo. Sólo llegó al 71.
-Muy bien. -Les dijo el doctor a todos los enfermeros que se encontraban con él-. Vamos a hacer un milagro. –Una vez más con tus chistes, pensó, deberías matarte, por dios.
-Cuente del 1 al 100.
El paciente lo hizo. Sólo llegó al 71.
-Muy bien. -Les dijo el doctor a todos los enfermeros que se encontraban con él-. Vamos a hacer un milagro. –Una vez más con tus chistes, pensó, deberías matarte, por dios.
La cirugía salió a la perfección. El paciente saludó al doctor aún con los ojos cubiertos, pero ahora sólo de vendas.
-Recuerde que no debe quitárselas hasta después de 15 días.
-Lo recordaré. Y muchas gracias doctor. Se irá al cielo.
El doctor sonrió nuevamente con la misma sonrisa que había mostrado cuando llegó el paciente a su oficina.
-No se lo cuente a nadie si no querrán venir conmigo.
Los dos rieron y se despidieron como buenos amigos.
-Recuerde que no debe quitárselas hasta después de 15 días.
-Lo recordaré. Y muchas gracias doctor. Se irá al cielo.
El doctor sonrió nuevamente con la misma sonrisa que había mostrado cuando llegó el paciente a su oficina.
-No se lo cuente a nadie si no querrán venir conmigo.
Los dos rieron y se despidieron como buenos amigos.
♦
Habían pasado 20 días y el señor Núñez aún no se había quitado las vendas de los ojos. Pero ya era hora. Se dijo a sí mismo que si no lo hacía sería lo peor de su vida.
Llamó al doctor para preguntarle si ya era bueno quitárselas, a lo que el doctor le respondió que debía de haberlo hecho hace días. Eso lo animó a hacerlo.
Despegó la cinta de su piel y quitó la venda que cubría sus ojos. Una pequeña luz borrosa entró en su retina izquierda. Otra en su retina derecha. De repente los objetos eran materia con color, forma, peso y tacto visible. Comenzó a ver, a observar cada uno mientras los palpaba.
Salió a la calle para gritar y el sol le dio en la cara. Esbozó una sonrisa que terminó en una estridente risa. Gritó de alegría y subió por la calle hasta el parque Beltrán. De ahí se podía ver toda la ciudad. Pudo ver toda la ciudad. Podía ver todo. Desde el pasto donde estaba parado, hasta la contaminación en el horizonte.
Volvió a la puerta de su casa y gritó una vez más: ¡Puedo ver! Miró el cielo y alzó sus manos en señal de victoria.
Entró a su casa y la luz no se detenía. Eran demasiados rayos de luz. Demasiada estimulación visual. Decidió cerrar los ojos pero en su mente también había luz. Abrió sus ojos y la luz no paraba. Ahora todo estaba iluminado. Todo se encontraba en un estado resplandeciente, como soles pequeños pero intensos.
-¡No más luz! -Gritó.
Pero las nubes que tapaban al sol se esparcieron y la luz incrementó.
El señor Núñez no podía con tanta luz. Fue a la cocina y tomó un cuchillo. Lo acercó a su rostro y se sacó los ojos.
-Así está mejor.
-¡No más luz! -Gritó.
Pero las nubes que tapaban al sol se esparcieron y la luz incrementó.
El señor Núñez no podía con tanta luz. Fue a la cocina y tomó un cuchillo. Lo acercó a su rostro y se sacó los ojos.
-Así está mejor.
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